31 de diciembre de 2009

Adiós, miss Inés

Uno de los momentos más inesperados, fantásticos y extra-académicos que he vivido en la universidad fue junto a mi profesora Inés Arteaga Campos cuando luchamos en contra del levantamiento de hormigas en la Facultad de Ciencias de la Educación. Sucedió mientras escuchaba clases de Gramática Española II en su despacho, desde su computadora empezaron a salir decenas insectos que con el vidrio del escritorio se multiplicaban por dos. Atrás dejamos los Complementos Circunstanciales, Causales y Modales para saber de que parte de la computadora salían.

Durante minutos siguieron invadiendo el escritorio, entonces, le propuse revisar el teclado. Lo soplé y los “bichos” empezaron a salir atrincherados dispuestos a invadir otros terrenos. Fue tanta su rebeldía que tuvimos que sacar el aparato hasta el balcón. Luego de soplarlo varias veces salieron al ataque un ejército de quinientos minúsculos guerreros. Desconocíamos si se trataba de una plaga que había tomado como campo de reclusión a la UDEP; nos alertamos. Al imaginar que por dentro yacía un grillo muerto, que había sido introducido a cuestas, decidí abrir el teclado.

Ninguno de los dos sospechamos que había dejado de ser un aparato de cómputo para convertirse en el hábitat de de aquellos insectos sociales. Lo más increíble era que dentro de cada tecla había huevos y en cada separación, racimos de huevos. El teclado parecía un hospital de maternidad de hormigas. Lo extraño era que no había ni una sola migaja o de alimento. Dudábamos si se trataba de hormigas, puesto que las invasoras eran más pequeñas, de color amarillento, y de panzas blancas. La Profesora Inés se encargó de aplicar insecticida en spray, mientras yo, pasado unos minutos, de lavarlos y secarlos para no dejar vestigios de su imperio. Finalmente, le roseamos abundante alcohol el cual blanqueó parte de su plataforma negra.

La profesora, luego de que le brotaran del brazo ronchitas que rascó y dio origen a más brotaciones, entró en confusión; repetía que soñaría que las hormigas se le subían por todo el cuerpo mientras dormía. Le bromeé que amanecería como el personaje de La Metamorfosis y que el Doctor y escritor Crisanto Pérez, su esposo, ya tendría tema para escribir un excelente cuento. Sorprendida dijo, “ni me lo digas, que me lo tomo a serio y hoy sueño eso”, luego sonrió.

Pasado varios días yo rendía mi examen final en su despacho. Esta vez ninguna hormiga paseaba por el escritorio, ni una se asomaba por las rendijas de la computadora; la profesora Inés y yo habíamos acabado con la plaga de insectos. Pero en esa lucha también habíamos derrotado a uno de los nuestros; el teclado, que había dejado de funcionar. Pero si no lo hubiéramos sacrificado, tal como ya lo apostábamos, esos insectos que con huevos y todo calculamos unos dos mil hoy fueran parte de la UDEP, así como los pavos reales, los zorros o los venados.
Terminado el examen le estreché la mano. El destino evitó que nos deseáramos una feliz navidad. Nunca más la vi. Hace varios días le envié un e-mail agradeciéndole las ediciones de mis crónicas, también enviándole saludos navideños que seguro nunca leyó. Pero de lo que estoy seguro es que algún día volverá a separar fecha en su agenda para enseñarme las gramáticas, y que esas caprichosas hormiguitas volverán, y nosotros acabaremos con ellas, pero menos con otro teclado, entonces, seremos unos verdaderos héroes.
  • La Columna, Diario Correo.

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